No te invité a mi boda . . .

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Me he casado dos veces. La primera vez a mis veintiún años, la segunda a mis treinta y uno. Soy novia reincidente cada diez años y tengo mucha fe en ya estar lo suficientemente rehabilitada como para no volver a hacerlo a los cuarenta y uno. Mi última boda fue hace ya casi 2 años, sin embargo, hace apenas una semana recibí un reclamo en vivo y en directo sobre no haber recibido una invitación. Soy partidaria de las confrontaciones honestas y de los acercamientos de frente versus el chisme o el boconeo en todos sitios menos en presencia del objeto del bochinche. Sin embargo, no deja de impresionarme la visión del mundo de la gente. Quizás porque ya he planificado dos bodas, tengo dolorosamente claro que pujar, parir y en especial editar una lista de invitados para una boda, no solo es una pesadilla, sino que es la causa mayor de todas las peleas pre conyugales. Pensar que la invitación que uno no recibe para una boda, fue producto de una conspiración o resultado de una exclusión maquiavélica (siempre y cuando usted no se haya tirado a uno de los novios) solo puede ser producto de: o una autoestima impresionante y preocupantemente alta, un desconocimiento total del descojón que es planificar una boda o una paranoia profunda y desubicada. 

 

Las razones pueden ser infinitas, pero empecemos por las numéricas. El motivo principal por el que uno no es invitado a una boda es uno puramente presupuestario. Un invitado adicional puede costarte cómodamente $100 por cabeza. Una vez leí que casarse era como invitar a todos tus familiares, amigos y conocidos a cenar y beber y decir al final de la noche: ¡tranquilos que yo pago! ¿Suena a algo que alguna vez has hecho? ¿No? Probablemente porque nunca te has casado o porque nunca has pagado una boda (que parecen ser la misma cosa, pero no lo son). Yo intenté convencer por años a mi no tan nuevo cónyuge de que nos casáramos en el tribunal (un viernes porque en San Juan los divorcios y los casamientos son el mismo día) e invitáramos a nuestros: padres, hermanos y testigos a la corte, almorzáramos en un sitio carísimo con nuestra familia inmediata y al salir pusiéramos un post en Facebook diciendo: ¡Nos casamos! Lléguenle a la Placita que dejamos dos mil pesos pagos en la barra del Coco de Luis. Con lo que nos íbamos a ahorrar (porque aún así nos íbamos a ahorrar un mogollón de dinero), mi plan era pasar dos meses en Asia de luna de miel. Claramente, no compraron mi propuesta. No pude refutar el argumento de que claro, como yo ya me había casado no me importaba. Nadie aprende por cabeza ajena, así que luego de mucho forcejeo me pusieron una fecha límite para escoger día y lugar. 

 

Cuando tienes una pareja que vive haciendo fórmulas en Excel, te sientan y te dicen: cuánto estamos dispuestos a gastar, cuánto tenemos que ahorrar para no embrollarnos ni gastar los ahorros, y cuántos gastos hay que disminuir y recortar para reunir la cantidad de dinero que cuesta una boda que suele comenzar en 4 dígitos si haces una celebración íntima y sencilla. Eso queríamos, algo íntimo, en mi mente. De más está decir que cuando nos sentamos a hacer la lista y vimos que solamente con nuestros familiares cercanos habíamos llegado a 37 personas, tuvimos que redefinir la intimidad y la sencillez. La primera lista que hicimos era casi de 300 personas. Básicamente necesitábamos más de 3 veces nuestro presupuesto. Nuestra tabla de Excel ya tenía 2 pestañas, lista ideal y primer recorte, recuerdo que bajamos a 266. Entonces comencé a diagramar estrategias, ya que yo era la más veterana en esto. Dividimos los invitados en: familia de la novia, familia del novio, amigos del novio, amigos de la novia, amigos en común. La parte de los amigos se distribuía a través de cuál de los novios se había formado la relación y los comunes eran las dos o tres parejas que habíamos logrado conseguir ya estando juntos en 4 años de relación. Mi plan era claro, cortaríamos porcentualmente. Esta sería una boda de separación de bienes e invitados. El que tuviera más invitados le tocaba cortar. Lo que fuese necesario con tal de llegar a la meta: 150 personas, restándonos a nosotros, nuestros padres, hermanos, sobrinas y séquito. 

 

Entonces establecimos la política de no niños. Contrario a lo que algunos invitados pensaron y resintieron, realmente no odiamos a los niños. La exposición de motivos de esta reglamentación fue sencillamente que preferimos que ese lugar en la mesa fuese ocupado por un adulto que pudiese disfrutarse la boda en su totalidad. Queríamos a nuestros amigos bailando y bebiendo con nosotros y tampoco teníamos actividades pensadas para un público menor de edad. Como aún así no cortamos suficiente, tuve que sacar mis otras tijeras, las más afiladas y maquiavélicas. Regla adicional: no invitaríamos a nadie con quien alguna vez hubiésemos, digamos “salido”. Para que alguien tuviese derecho a un plus one, tendría que llevar los tres meses de probatoria clásica de los nuevos patronos (sí, hace dos años todavía teníamos derechos laborales). ¿Por qué? Porque no me daba la gana de pagar $100 por la jeva o el jevo que conociste la noche antes en el jangueo ni iba a permitir que mis fotos se dañaran con un desconocido haciendo un papelón. Sin contar con que he visto invitados cometer la siguiente locura: les dan un plus one y llevan a una persona que los novios conocen pero no invitaron… el pensamiento detrás de esto, literalmente va más allá de mi entendimiento. Aún así, no llegábamos al número. Así que procedimos a una nueva legislación, si en los últimos tres o cuatro años que llevamos juntos, esta persona vive en Puerto Rico y aún no conoce a nuestro futuro cónyuge… pues… ¿cuán cercanos somos? ¿no? Procedíamos entonces a cortar y pegar en una nueva pestaña: lista de espera. La lista de espera también tenía una estructura, si alguien no podía asistir o cancelaba, ese espacio sería llenado por el próximo en la lista de espera del mismo grupo, es decir: si el que cancelaba era #teamnovia, el que salía de la lista de espera tenía que también ser #teamnovia. 

 

 

Aún así no salíamos de los 200. El próximo recorte fue bastante natural, si la persona en cuestión la describíamos como: el hermano de, la prima de, el ex de, la mamá de, etc., se movían a la lista de espera. Este corte fue especialmente terrible para mí porque he tenido la suerte de ser mimada y adoptada por las familias de mis amigas, sin embargo, si los incluía, había que darle el mismo derecho al novio, y eso representaba cómodamente dos mesas adicionales. Mi único consuelo es que muchos de los de mi lado, al menos fueron a la de práctica en el 2006. Los amigos y familiares directos tenían que tener prioridad. Ajá, familiares directos, en esa fase me fue bien útil por fin haber entendido los grados de consanguineidad y afinidad. Con el perdón a nuestras madres y abuelas, los primos segundos y los tíos abuelos, no sobrevivieron este recorte.

 

Ese último tijeretazo nos sacó de la doble centena, pero aún quedaba editar. Para ese punto ya llevábamos probablemente 5 o 6 pestañas con las fechas de los recortes. Entonces tocaron los compañeros de trabajo. Esta es una de las áreas más grises y más difíciles de reglamentar. Es gente que ves todos los días, que aprecias y que quieres, pero no necesariamente tienes una relación estrecha fuera del ambiente laboral. Aún peor, suelen venir en cadena y tener un efecto dominó. Los seres humanos nos juntamos en duplas o en claques, entonces a veces invitar a uno conlleva la obligación de invitar a su par o más complicado aún a los dos o tres o cuatro integrantes de su círculo con quienes no necesariamente tenemos la misma conexión. Si a eso le sumamos que nos casamos treintones, lo cual suele multiplicar la mayor parte de esos nombres por dos porque casi todos están casados, se complica aún más la ecuación. En algunos equipos se vuelve tema de todos o ninguno y para efectos prácticos ninguno es mucho más rentable que todos. Sin contar que por estar en ambiente laboral, solemos comportarnos corporativamente, así que inconscientemente nos vemos obligados a tomar en consideración el factor de antigüedad. 
 

Siempre hay gente que duele no invitar. Pero recordemos que de 150 espacios, ya se fueron 39 en familia y novios. Quedan 110 personas, que dividiríamos entre dos, eso significa 55 personas cada uno, que incluye los esposos y novios de gente que amamos, lo que se traduce en… ¿30 personas cada uno? Tengo 1,600 amigos en Facebook, mi marido es el de los Excel, pero eso representa el… ¿2%? Hubo gente que hoy en día se ha convertido en trascendental, pero llegaron a nuestras vidas cuando ya la suerte de las invitaciones estaba echada. Voluntariamente no incluí en mi lista gente que amo y que importan el mundo para mí pero que estaban demasiado relacionados a mi boda anterior. Lo hice por respeto a mi en ese entonces futuro cónyuge, pero también por evitar restregar ciertas heridas, y si soy 100% honesta, (ya que estamos porcentuales) también para sentir que me estaba dando una totalmente limpia, nueva y ¡carajo! merecida segunda oportunidad. 

 

Al final del día las bodas son celebraciones de amor, de un amor entre dos, lo demás es lo de más. Si alguien no te invita a una boda y haces una escena o lo conviertes en una diatriba personal, muy probablemente lo mejor fue que no te invitaran. Eres como el jevo que quieren dejar porque tiene malos cascos y cuando lo dejan restalla algo contra el piso y termina dándole la razón a la nueva ex. Prometo que cuando me sobre el dinero, hago el plan original y aún mejor, celebro algún aniversario al azar con un evento público en Facebook. Lamento no haber tenido más dinero para invitar a nuestra lista ideal, pero como diría mi amado Silvio: “soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, en este día los muertos, de mi felicidad".