Sala de Espera





Espera, esperar, esperando
y el gerundio me agrede, me ofende, me aturde
esperando sin vocación,
sin voluntad, sin suficientes razones
esperando en estado durativo
dubitativo, cualitativo, punitivo
con la glándula de la paciencia hinchada
debilitada, vapuleada, terminada
soy la espera conjugada en todas sus formas
esperando en el mismo modo
en distintas condiciones
en todos los tiempos
esperando sin excusas circunstanciales
creyendo que la espera es una excepción
un momento que el cuerpo concede
una fe en estado de reposo
la espera corroyendo, corrompiendo, convirtiendo
cada célula en caníbal
una enfermedad que va aumentando el ingenio
inventando excusas mágicas
creyéndome que es una prueba que estoy superando
pero el –ando se perpetúa, se eterniza, evoluciona
la espera es pura energía
no se crea, ni se destruye; se transforma
estoy odiando la espera y por ende la conservación
y vivo reciclándola como una autómata
como si no tuviera otro remedio
porque la espera auspicia la producción
la espera alberga a la literatura
en las salas de espera es donde la gente lee
pretendiendo disminuir el tiempo
como si dirigir la energía a las palabras
la hiciera menos dañina
la espera es siempre una pérdida,
pero también los son las decisiones,
renuncias cargando incertidumbres
maldigo la termodinámica
pero me amparo en la segunda
que se degrade por Dios esta maldita espera
yo convirtiéndome en una entropía inútil
el tiempo es una bicicleta estática
yo con el pulgar del pie dentro de la boca
sigo siendo una rueda elíptica
un gerundio desesperado
una espera solitaria que no tiene un a-, un por-, ni un de-

Historia de un blog

Cuando logré reconocer mi adicción a la escritura empecé a agarrarme del chiste de que esperaría a que cierta escritora se muriera o se retirara (la primera de las dos que ocurriese) para yo poder quedarme con su columna. Era mi sueño más grande en ese momento tener un espacio donde escribir al menos una vez a la semana. En ese momento no me preocupaban las políticas editoriales de los periódicos, ni desconfiaba de lo que le harían a mi trabajo; sólo quería aquella columna. Cuando conocí el concepto del karma dejé de desearle la muerte a la escritora (que de todas formas me parece muy mala leche, aunque sea buena columnista la mayor parte del tiempo) y empecé a desear que le ofrecieran un trabajo mejor, en New York, o en Paris, con el doble del pago. Y ese se convirtió en el chiste de una temporada completa, porque así se sobrevive, no sé como sea en otros países pero aquí, el humor es un salvavidas. Luego alguien me preguntó por qué mejor no deseaba lo de la columna parisina o nuyorkina para mí con el sueldo que fuera. Reconocí que además de un problema de adicción literaria sufría del síndrome de Amaranta Buendía, tejiéndole la mortaja a Rebeca. Yo vivía tejiéndole la mortaja a una mujer que desconozco, pero no por un hombre; sino por una columna.