Con el útero en la mesa

Los 33 han sido una edad dura para mí. Sospechaba que pasaría ya que tuve una tía que murió a sus 33. En los últimos 5 meses cada vez que alguien me pregunta mi edad (cosa que no entiendo cómo sigue pasando y con qué fines) diría que el 89% de las veces, luego de mi: “33”, recibo un: “la edad de Cristo”. Automáticamente pienso en un hombre crucificado, ensangrentado, muriéndose en una cruz. Sin embargo, la gente lo suelta con cara de piropo, de alegría, casi de felicitación. El diálogo suele continuar en franca decadencia después de ahí. ¿Y tú no tienes hijos? ¿Y para cuándo lo vas a dejar? Para mí es como cuando alguien te dice que estás gordo, o que tienes un barro en la nariz. Mil gracias por tu valiosa aportación, no tengo espejos, no tengo pesa en mi casa, no me había dado cuenta de que ya no me sirve la ropa, no sé qué me hubiese hecho si no me lo hubieras notificado.

Sé mi edad y he leído 33,333 artículos que dicen que después de los 35 la fertilidad decae y los embarazos suelen tener complicaciones. Incluso, tengo una amiga que le dijo a su ginecóloga que quería embarazarse a sus 36 años y su doctora de toda la vida, le entregó su récord y le recomendó que se atendiera con un especialista en embarazos de alto riesgo. Dicho esto, he recibido una pregunta como: “¿y no están buscando todavía?” no de una tía, no de mi madre, no de mi suegra, sino de meros conocidos, gente del trabajo, amigos de amigos, doctores, ¡gente que me atienden en el laundry, en el correo, en un café! La pregunta sobre en qué estatus está mi orden con la cigüeña viene acompañada de mil preguntas subyacentes que estoy segura de que nadie en su sano juicio le haría a un conocido, ni hablar de un particular.

Me estás preguntando básicamente si me acuesto con mi marido. Estás indagando sobre si uso o no métodos anticonceptivos y evaluando su efectividad. Me estás cuestionando sobre si llevo un calendario con mi ciclo menstrual. Estás poniendo en juicio las capacidades reproductivas de mi cuerpo y las de mi no tan nuevo cónyuge. A este punto ya yo barajeo las contestaciones punzantes y antipáticas. Soy fiel creyente de que el vicio de preguntas impropias, se cura con la virtud de contestaciones desafiantes. ¿Por qué preguntas? ¿Te doy mi cuenta bancaria para que empieces a pasarme pensión desde ya? ¿Te estás ofreciendo a cuidarlos cuando nazcan, cualquier día y a cualquier hora? Mano, pues meto mano bastante pero no me preño. O cuando quiero herir de verdad digo: fíjate quedé embarazada hace 9 años y lo perdí, a lo mejor soy estéril. Es verdad. Y es una verdad bien común. Y es una verdad que le revuelca a uno la bilis y la tristeza cada vez que alguien te la destapa.

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Tengo amigas que han parido bebés muertos. Tengo compañeras que han estado años esperando una adopción. Cuando la gente mueve la lengua, y saca temas como cuán tardíos están tus ovarios, no consideran que quizás esa mañana, measte en un palito y te salió otro negativo. No piensan que quizás llevas años negociando con tu pareja para tomar la decisión más grande de sus vidas. Siempre lo digo, la persona que hay que escoger con mayor cuidado y escrutinio, es el padre o la madre de tus hijos. Los compromisos más grandes de la vida son: los hijos, las hipotecas y luego los matrimonios. En ese orden. Los matrimonios tienen la opción del divorcio, son caros, dolorosos y traumatizantes pero existe un proceso legal para revertir esa decisión. Comprar una propiedad con alguien, es una obligación contraída mucho más duradera y garantizada que una boda. Al banco no le va a importar, que a los cinco, doce o veinte años dejaron de soportarse. La deuda se paga, con o sin amor, con o sin diferencias irreconciliables. Esos 30 años no se diluyen con una petición ex parte al tribunal. Los hijos por otro lado, duran lo que dures vivo. Y la persona con la que decides reproducirte, aunque deje de ser: tu amante, novio, jevo, esposo, seguirá siendo el padre o madre de tus hijos, el abuelo o abuela de tus nietos y por ahí pa’bajo según la longevidad de la pareja y según se multiplique tu descendencia por los siglos de los siglos amén.

Yo le he tenido pánico a los hijos toda la vida. Empecé a usar pastillas anticonceptivas a los 17 años, no como licencia para matar sino como remedio médico a otras condiciones. Una astróloga me dijo una vez que yo le había dicho tanto a mi cuerpo que no quería ser madre, que mi cuerpo me lo creyó y que podía tomar años convencerlo de lo contrario. Entonces he logrado planificar de 4-7 viajes en los últimos 6 años para conseguir diversas prórrogas que alejasen la llegada de los bebés. Cuando por fin me convencí(eron), llegó un huracán, el Zika, la microcefalia, los miedos, las dudas. Lo peor es que entonces han llegado nuevas presiones a mi útero. Del otro lado del cuadrilátero, tengo gente con hijos, que se sienten en la genuina responsabilidad social de convencerme de que lo piense bien. Que aproveche ahora porque después de los nenes nacarile. Que yo no tengo ni idea de lo que es estar cansada. Que está BIEN difícil. Que nunca más voy a dormir. Que le diga adiós a mis viajes. Que me despida de mi vida sexual. Que la vida como la conozco básicamente se acabó. (Suelen ser los mismos que en redes sociales proclaman la felicidad que les trajeron estos pequeños torturadores.) Justo lo que necesitan mis ovarios: más miedo escénico, más historias de horror, más razones para seguir en huelga de óvulos caídos. También tengo respuestas odiosas para ellos: ¿Y antes de tener hijos viajabas mucho? ¿Y tu pareja no te ayuda? ¿Y por qué tienes tres? ¿Y cómo te has vuelto a preñar? ¿Y de verdad te tomó por sorpresa que un ser humano adicional se tradujera en TANTAS horas extras?

Estoy convencida de que la manera más fácil de embarazarse es borracho, mucho más joven de lo ideal y de la manera más “accidental” posible. La mamá de una de mis mejores amigas tiene 9 hijos y me dice que nunca habrá un momento perfecto para tenerlos, como tampoco lo hay para mudarse, cambiar de trabajo, casarse, comprar casa, para viajar. Siempre me dice que esto es como meterse a una piscina fría, si lo piensas demasiado no te tiras. Buscar bebés, contrario a lo que uno vive temiendo de joven, no es ni fácil ni divertido. Es estresante, poco romántico, calculado, engorroso y poco natural. No quiero tener un calendario para estrujarme. No puedo seguir persiguiendo a mi marido con un palito con una carita feliz que dice que en las próximas 24 horas voy a ovular. No es gratificante comprar pruebas de embarazo en vez de tampones 2 días antes de caer. No necesito más preguntas sobre mi ingesta de ácido fólico y si estoy subiendo las piernas hacia el techo después de terminar. Mi plan es mucho más sencillo. Seguiré siendo zafia en mis respuestas. Implacable ante las invasiones a mi útero y vida sexual en general. Me seguiré yendo de viaje (por si los padres cansados sí tienen razón). Intentaré emborracharme, preferiblemente los días 11, 13 y 15 del ciclo, creerme que tengo 18 años y que le tengo pánico a un positivo. Probablemente la psicología inversa funciona y consigo preñarme al filo de los treinta y cinco, como todo en mi vida, acariciando el borde, de la manera no recomendable, complicada, casi casi de alto riesgo.